Y otra vez de vivac: el camello no nos ha traído nada güeno
para pasar el finde, así que hemos pensado que la mirabilita esa que hay allá
abajo igual coloca… De todas formas, por si las moscas, Wychy, Pedro y yo hemos
pensado que mejor vamos sobre seguro, y recurrimos a lo clásico: orujo y vino
para hacer más llevadera nuestra mutua compañía.
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Así pues, el viernes estamos a las siete de la tarde en el
club, con los trastos en los petates y rumbo a Rubicera. El tiempo aguanta (a
ver si nos vamos a acostumbrar a entrar sin mojarnos), y para eso de las nueve
pasadas estamos en la boca. Aprovechando que el frente estresado del club se ha
quedado fuera, vamos tranquilamente hasta el vivac, al que llegamos hambrientos.
Allí descubrimos que ninguno nos hemos acordado de comprar pan, siendo el
primero de una serie de olvidos culinarios no dignos de mención. Tras el vinarro y la frugal cena se impone el catre, y a él
nos vamos sin más dilación.
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El sábado nos levantamos temprano, y para las ocho pasadas
ya estamos en ruta. En la zona de las gateras de abajo, en un cruce que
teníamos sin mirar, y tras arrastrarme unos metros, encuentro un pocete que da
paso a un meandro perpendicular, pero optamos por ir a topografiar lo que en el
vivac anterior (no reflejado en el blog porque HAY MUCHO VAGO en esto de la
tecla), no pudieron topografiar Wychy el Rubio (olvido –no culinario- del
disto). Subimos hasta la galería en la que se encuentran los restos del segundo
oso, y allí comenzamos la topografía tras comer (sin pan, claro). Durante la
topo encontramos más huesos, con pinta de ser más antiguos que los que habíamos
visto previamente. Se trata de una zona de gateras muy laberíntica, que dará
más de 700 metros de topo. Todas ellas, sin embargo, convergen en un eje
principal, en cuyo punto más alejado llega un pequeño aporte desde el techo,
por una colada. Allí dejamos alguna cosa pendiente, pero sin mucho interés.
Pedro y Wychy vuelven al comienzo de la galería, comenzando una travesía y
escalada que les permite acceder un nuevo conducto que, unas decenas de metros
más allá, se desfonda en un pozo de unos 40 metros, que se queda sin bajar por
falta de cuerda. De mientras, sigo topografiando ramales de las gateras, en los
que hay preciosos filamentos de minerales y curiosas excéntricas.
Acabadas las gateras y la cuerda, optamos por tripear de
nuevo (y de nuevo sin pan) y, dado que la mirabilita aún no ha mostrado
propiedad lisérgica alguna, subir para el vivac a eso de las nueve de la noche
más o menos. La vuelta se hace pesada y con calma: gateras, pozos, barro… y
llegamos al vivac a la una de la mañana, donde nos regalaremos con una cena a
base de pasta y sin tomate (ni pan, ¿lo he comentado ya?). Al menos el orujo no
nos abandona.
El domingo nos levantamos bastante entumecidos, pero con
ganas de salir pitando de este antro. Desayuno (sin pa… vale, vale, no me
repito más), recuento de material, ordenar el vivac (bueno, no), y para arriba.
Piano piano, llegamos a la calle y… coño, tampoco llueve, joder que raro… Ya
cerca del coche nos encontramos con Nuria, que ha venido a darnos la bienvenida
con birras y papeo. Esto es lo que se llama un final feliz… y no me vengáis con
cochinadas, tíos guarros, que siempre estáis pensando en lo mismo…
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