lunes, 12 de octubre de 2015

Estadística (3/10/2015)



Otra vez de vuelta al torco, tras el obligado parón. Este fin de semana nos hemos juntado Mois, Wychy, Cristóbal, Marta, Zape y servidor para ir ventilando una serie de incógnitas en la Sima de la Maza. El viernes ha llovido lo suyo, y la noche no le ha andado a la zaga, por lo que vamos un tanto moscas. Un chute de cafeína en La Gándara, y el hecho de que el cielo parezca limpiarse de nubes nos animan.

De camino a la sima Wychy se dedica a recolectar una buena colección de hongos (pero, ¿a qué venimos, a setas o a torcas?), mientras nos cambiamos en un ambiente helechal-garrapatil. Vamos desfilando todos por la estrechez que da paso a la sima. Aunque circula un poco de agua por el meandro, no parece particularmente amenazante, por lo que pasamos el paso bajo sin pena ni gloria.
Tras los pocetes y los pasamanos que nos sitúan en la sala desde la que comienzan las nuevas galerías, vamos remontando calmadamente (algunos, pues otros parece que tienen la proverbial guindilla en el orto). Pasamos por el primer nido de material, y recogemos todo, pues vamos a escalar unas cuantas ventanas que se encuentran más allá. Nos dirigimos hasta la base de la primera, donde aprovechamos para comer (chocolate al punto de sal, manda narices, qué no inventarán…) y repartir el material. Cristóbal y Zape se quedan aquí, para hacer una escalada de unos 15 metros. Aunque lo que se arriba no parece especialmente prometedor, es uno de los puntos de las nuevas galerías que más se acercan a lo que tenemos explorado en Rubicera: apenas 140 metros nos separan de galerías conocidas, y a la misma cota…

Los demás seguimos hasta el siguiente nido de material, en la base de una escalada de unos 30 metros. Aquí se quedan Moisés y Wychy, con buena parte del material. Por nuestra parte, Marta y yo nos dirigimos a hacer una pequeña escalada que nos permitiría seguir remontando una río que viene desde el norte deslizándose por un estrato areniscoso (no el que creemos que viene de Rueñes, sino otro ubicado más al Oeste).


Llegamos a la base del estrato margoso, de unos 3 metros. Optamos por escalar por un lateral, que parece dar paso a un meandro (y que suponemos nos permitirá alcanzar el río). En su base, una colada está plagada de una miríada de arañazos de lirones, muchos de cuyos restos tapizan esta zona.
Empiezo la escalada con mi habitual torpeza, estrangulándome con estribos, cables de taladro, cordinos y demás mandanga, ante la resignada mirada de Marta, que ve que va a pasar frío. Como no hay parabolts, toca spits. Y es una mierda escalar con esto… Primer spit: agujero demasiado corto; bueno, estoy cerca del suelo, no pasa nada… Segundo spit: agujero demasiado largo; va, limpiando un poco la cabecera, algo roscará… Tercer spit: demasiado corto; si es momentito… Cuarto spit: demasiado largo… Y así toda la escalada… Pero bueno, si aplicamos criterios estadísticos, en lugar de decir que en los 8 metros de escalada no he metido ni un seguro bien, podemos afirmar que, de media, todos han quedado perfectos, ¿no?

Resulta que el meandro es independiente del río (a pesar de no haber más de un metro y medio entre ambos), y al llegar a una amplia repisa a unos 8-9 metros vemos que es la base de una amplia chimenea. A unos 12 metros se ve una posible galería (en su base volvemos a encontrar otro buen montón de restos de lirón), pero no tenemos suficientes anclajes, pues los otros dos equipos se lo han llevado casi todo.


Dejamos instalado en fijo para volver, y mientras tenemos una animada conversación literaria (que se note nivelazo cultural), Marta se sube por un techo hasta poder alcanzar la llegada del río; tras un par de acrobacias, la incógnita queda zanjada: el agua viene por una estrecha fisura de pocos centímetros de altura, y sin nada de aire…


Volvemos hacia atrás, y Wychy y Moisés nos piden que les acerquemos una batería. Mientras Marta se dirige hacia allá, reviso algunos huecos entre los bloques de la sala. Tras desobstruir en un sitio, logro pasar a una caótica zona de bloques por la que viene un pequeño riachuelo. La remontamos un rato entre bloques, hasta que se vuelve completamente impenetrable por todos lados.
Nos dirigimos entonces hacia la escalada de Cristóbal y Zape. Vemos que ya la han hecho, pero no hay cuerda, por lo que suponemos que han ido a otra pendiente, en el primer nido de material. Llegamos allá, y vemos que también está hecha, pero ni rastro de ellos. Mientras revisamos algún lateral más llega la pareja, un poco cariacontecida: ambas escaladas se cerraban, y encima se les han roto 4 dbzs. Uno vale, pero cuatro… Al menos, tras acabar con las escaladas, revisando una vía lateral han encontrado una galería (aparentemente paralela a aquella por la que venimos) que han explorado y topografiado (136 metros).

Picamos algo esperando a los otros dos. Tras un buen rato de frío, a las nueve y cinco decidimos dejarles una nota y comenzar a subir, para no amontonarnos en los pozos. El camino de vuelta se hace cansino. Pasado el paso bajo nos cogen Moisés y Wychy: se han quedado sin material, tras haber escalado unos 35 metros, en condiciones bastante precarias (barro, roca podrida…) y aún quedan otros cinco metros para llegar a un “algo”. Se las han visto y deseado para descolgarse posteriormente, pues andaban tan justos de material que sólo les ha sobrado un parabolt y un metro de cuerda.

Finalmente, hacia las doce de la noche llegamos a la salida. Moisés, Wychy y yo, que vamos los últimos, como no hemos tenido bastante paliza, optamos por dar un bonito paseo a la luz de la luna; vamos, que nos despistamos, ante el regocijo generalizado del resto. La noche es ya fría, así que no hay mejor remedio que parar en La Gándara para entrar en calor con un buen bocata de panceta y una birra… Lo que son metros, no acumularemos muchos; pero lo que es colesterol…

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