Pues eso, un día tonto… Nos juntamos Wychy (que por fin ha terminado con la temporada de no-darle-al-arcoiris), Cristóbal y yo. Decidimos ir a la Torca de la Calera, que la tenemos en stand-by desde hace un par de meses. Café en Willy, paseo tranquilo, disfrutando en nuestras carnes del crecimiento de los espinos, y chorizó de jabalí antes de entrar en el torco. Debatimos sobre si irnos al bar o a la cabaña de Wychy a hacer unas alubias, y sólo el resto de pudor que nos queda (y el miedo a la ira del comandante en jefe, que anda de expedición en Guinea-Papua con el resto de la tropa, pero que está al caer) nos hace sacar rapeladores y demás trastos.
La sima baja un tanto regada, lo esperado tras las lluvias y desnieve de los últimos días. Entablamos un enconado debate sobre qué está más oxidado: la instalación o nosotros. Llegamos al nido de material, y nos vamos a la Galería del Rabo de Satanás (¿el motivo del nombre? Lo que pasa en la torca, se queda en la torca…), a intentar desobstruir un caos de bloques que hay en su final, por el que se cuela el aire.
Nos turnamos dándole a la maza durante unas horas. Avanzamos, pero la pinta no mejora en exceso. Finalmente, aburridos de darle (tenemos menos ganas de trabajar que Santiago Abascal), volvemos lentamente para la calle. En el camino de retorno, una trepada en mitad de la galería nos sitúa en un nivel superior. Se desfonda sobre el propio cañón que seguimos, pero Wychy encuentra un pozo, muy regado, que parece tomar una nueva dirección. Sin cuerda suficiente y sin paraguas, decidimos dejarlo para otro día.
Justo antes de tomar las cuerdas de salida, me meto en un pocete que hay debajo del pasamanos. Ya habíamos visto que continuaba la última vez, así que como vamos bien de tiempo, pues para abajo. Lamentablemente, doblo la broca en la estrechez (tampoco era tan estrecha, pero vamos para fondones), y los martillazos para enderezarla sólo surten efecto parcialmente. Los agujeros quedan un poco de aquella manera, pero bueno… Limpiada la cabecera de una buena montonera de piedras, el pozo se abre progresivamente. Me quedo sin cuerda suficiente para llegar abajo (por los pelos), y me quedo a la altura de una galería que tiene pinta de cerrarse por sedimentos. Sin embargo, en la base del pozo se vislumbra una posible continuación. Si siguiera, quizá nos permitiría acceder a la Galería del Rabo de Satanás ahorrándonos estrecheces y tiempo.Salimos con calma y sin prisa (tampoco es que seamos capaces de lo contrario, la verdad), y salimos aún con un poco de luz. Un paseo tranquilo hasta el coche pondrá el broche final a un día que no pasará a los anales de la espeleología…ni falta que hace.
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