29
de mayo 2021 Maza del Cuivo Por Marta Candel
Clin, clan, clon, clan…
El rumor de que ya estaban aquí corrió como la pólvora.
Ocho meses habían pasado desde que siendo una cría los vio pasar y escuchó historias sobrecogedoras del mundo en el que se adentraban, tan solo unos metros más allá del umbral al que se reducía su hábitat.
Desde entonces su vida se centró en el deseo de conocer aquellos lugares de los que hablaban y del que nadie que ella conociese había vuelto jamás.
Ocho meses; toda una vida preparándose física y psicológicamente para esta aventura y por fin, el momento había llegado.
Clin, clan, clon, clan… Se arrastraron al interior por la pequeña entrada con la habitual arenga de ¡¡Vamos, Vamos!! En esta ocasión sin apenas carga, porque iban a desequipar lo explorado la última vez y que había conectado con una zona conocida. Los petates los llenarían abajo.
Estaba lista.
Todos sus sentidos alerta.
El aire vibró.
Nada más presentir al primero saltó con toda la fuerza que le permitieron sus 8 entrenadas patas en una parábola perfecta cien veces repetida… y a la que le faltó el parámetro de la velocidad de crucero a la que pasó por allí ese humano.
Cayó sobre la piedra fría, teniendo que rehacerse rápidamente ante tamaño fracaso inicial y para no ser aplastada por la bota del segundo, cogiendo de nuevo impulso y esta vez sí, saltando hasta alcanzar al tercero, dejando tras de sí una ovación silenciosa de los 200 ojos que presenciaron la atlética maniobra de partida.
Por fin estaba dentro. Comenzaba la aventura.
Se agarró con fuerza sintiendo como un fuerte impulso la desplazaba hacia delante rítmicamente, intercalando unas centésimas de segundo de calma entre cada aceleración. Intentó sostenerse mediante su seda rellenando rápidamente el espacio a su alrededor.
Se asomó como pudo por el borde superior de la bota. Jamás había experimentado una intensidad de movimiento como aquel y la percepción de un crisol de nuevos olores la embriagaban.
De pronto el movimiento cesó y empezó a sentir un desplazamiento diferente, notó como que caía suavemente. ¡¡Aquel humano utilizaba también seda para volar!! Aquella sensación la relajaba y la acercaba a la vida segura y conocida que acababa de dejar atrás.
El placentero “volar” era interrumpido a ratos por desplazamientos horizontales que se hacían cada vez más veloces, tanto que en algún momento se sintió mareada y justo antes de llegar por fin la calma, se apoderó de ella un miedo irracional que colapsó sus instintos. Esa mezcla de velocidad, tiempo, movimiento y calor que emanaba del lugar donde iba refugiada, la hizo morder con toda la fuerza que le permitieron sus quelíceros y sólo así consiguió expulsar el miedo y volver a disfrutar de la aventura en que se había embarcado..
Así que como una exhalación, cruzaron estrecheces, meandros y pozos hasta llegar a la zona de trabajo, 200 metros más abajo, en la gran sala en la que aterrizaron la última vez sin esperarlo.
- ¡Zas! Ay Joder, me picó algo en el gemelo…
Era temprano todavía, pero comieron allí mismo para llevar los petates vacíos y de paso bajar un poco el ritmo cardíaco.
- Pero a qué velocidad nos has traído, ¡cabrón!
Recuperada la cordura y aprovechando la parada bajó hasta el suelo. Sus otros órganos sensoriales le hablaban de estar ante un vacío monumental.
Tan abstraída estaba que no se dio cuenta de la llegada de Escolopendra, que se acercó a ella y le rozó con una de sus antenas.
Se giró rápidamente y no salió de su asombro cuando sus 8 ojos reflejaron a un ser completamente blanco, sin ojos y con las antenas más largas que había visto nunca serpenteando a su alrededor. Rauda emanó una advertencia química avisando a ese atrevido miriápodo de que si no dejaba de palparle con sus largas antenas se arrepentiría de su osadía. El mensaje le llegó muy claro. Se alejó todo lo rápido que le dejaron sus, por lo menos, 15 pares de patas blancas.
El aire vibró diferente, corrió hacia un humano. Se ponían de nuevo en camino.
Una vez comido todo lo comible empezaron el trabajo.
Ascendieron retirando la cuerda hacia arriba y retirando todos los anclajes. No se acordaban de lo estrecho de algunas zonas ni de lo incómodo de otras pero si fuera sencillo no tendría emoción… ni gracia.
Y así, entre los “empújame que casi paso”, los “préstame tu rodilla que casi llego”, los “te dejo que me toques el culo pero tú empuja”, los “tira del petate que se atascó” y los “a ver cómo bajas ahora de ahí. La culpa no es mía es del cabrón de 2 metros que instaló esta cabecera tan alta”… fueron pasando las horas y llegaron a lo que fue el inicio de la conexión 8 meses atrás.
Subió por la bota y trepó por la tela roja; en un arranque de valentía, por cómo había resuelto el tema con esa escolopendra deslavada, subió hasta colocarse en un doblez de tela que encontró junto al cuello caliente de uno de los humanos que olía delicioso. Desde esta atalaya fue saboreando el ascenso, con el aire fresco despeinándole los sensibles pelos de la cabeza, la velocidad a la que ya se había acostumbrado excitándola, y los cambiantes movimientos poniendo a ratos a prueba a sus vigorosas patas.
Todo vibraba diferente, el sonido metálico acompañado del ruido del agua, el roce de la tela contra la pared rugosa, las interjecciones de los humanos al superar dificultades…
Todo olía diferente, el dulce cuello en el que se había refugiado, la tierra húmeda que nunca había visto la luz del sol y otros aromas de los que desconocía su procedencia.
Y va dejando atrás pequeños seres que se parecen a las especies de su mundo pero que aquí percibe un poco diferentes: sin color, ciegas, con antenas más largas y con un deseo sexual mayor al habitual, cuya explicación encuentra en la oscuridad absoluta y el poco número de especies aquí dentro. Con lo que cuando se encuentran es un aquí te pillo aquí te mato o a saber cuando vuelven a tener suerte. Estos son sus pensamientos mientras la envuelve un fuerte olor a feromonas y se cruza con dos polillas también blancas realizando la cópula.
- ¡¡Mira una polilla con 2 cabezas!!
- No fastidies, ¡¿una polilla bicéfala?! ¿A ver?
Después de ordenar y recontar el material comienzan a bajar la escalada de más de 200 metros que hicieron en su día, y en la que casi le ven el hocico a un lirón, por el lado contrario al que acaban de subir.
Les ha llevado 6 horas desequipar todo hasta aquí.
Llegan de nuevo a la gran sala y rematan lo poco que les queda de comida con voracidad exagerada.
Nuevo recuento de material y se preparan para salir.
Después de tantas horas y tantas emociones se decide a bajar a tierra. Lo hace “volando” sobre su seda pero cuando llega al suelo no logra ponerse en pie. Los músculos flexores de sus preciosas patas están agarrotados. Y por mucho que se concentra y ordena a su cerebro que las irrigue para que puedan extenderse y caminar…no le hace caso.
Vibraciones. Movimiento. Tienen que funcionar, tienen que funcionar, piensa furiosa. Sus ocho ojos se le van a salir del sitio de tanto intentarlo.
Siente como el rico olor del último humano en el que viajó va desapareciendo lentamente. Se alejan los sonidos y el silencio la abraza.
Clip, clip, clip clip.
Escucha que ella se acerca…
Entre risas, bromas y fotos van subiendo por los pozos pensando en la cena “donde Margari” y en que van a salir con luz todavía.
Con su precario oído humano les pasa desapercibido el rumor en la pequeña galería de salida preguntando por una valiente araña que quiso ir más allá.
- Mira. ¿¡No os dije que me había picado algo?!
- ¿A ver? Ah pues sí, tienes como dos picotazos…
Entre la niebla se alejan llevándose su tintineo y dejando una pregunta en el aire…
Clip, Clip, Clip, Clip…..
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