11 octubre 2023 Por Marta Candel
Llegamos a la punta de exploración como sopas y planteándonos seriamente qué tipo de tara mental tendremos para disfrutar con esto.
Nos acompañó la lluvia toda la subida hasta la boca de la cueva y debió enganchársenos alguna nube en un mosquetón porque siguió lloviendo dentro. Vamos deprisa intentando zafarnos de ella y dejarla atrás pero, aunque a ratos parece que lo conseguimos, no es así y no deja de llover hasta que llegamos al paso estrecho.
El fuerte aire aspirante nos hace tiritar mientras le limamos un poco las garras al tigre.
Zape esta vez pasa cómodamente y sin un rasguño al otro lado con cara de satisfacción: “Te gané”.
Me preparo para hacer la escalada pendiente. Miro hacia arriba pensando por dónde meterle mano: serán unos 20 metros. Bastante vertical. Roca mala. Mucho barro y una colada enorme como recuerdo de una antigua cascada…
- ¡¡Niño, asegúrame que voy pa´rriba!!
Y canto a voz en grito el estribillo de la canción de Carlos Baute y Marta Sánchez, “Colgando en tus manoooooos”, que resuena por todo el pozo.
Poco a poco voy ganando altura buscando la roca detrás de la capa de calcita y barro que lo recubre todo.
Y todo suena a hueco. La roca juega al escondite conmigo. Mientras más arriba más capa de barro hay.
Casi llegando a la ventana no encuentro absolutamente ningún sitio donde poner el seguro. La broca entra entera sin esfuerzo y sin tocar roca alguna. Cristóbal me baja un par de metros para ver si penduleando consigo llegar a mejor zona. Dejo la pared como un colador sin conseguir un buen seguro así que…
- ¡¡Niño, atento que voy en libre!!
Me desplazo a la izquierda todo lo que puedo hasta agarrarme con los dedos a un pequeño saliente. Me impulso, me equilibro y trepo.
- ¡¡Dame cuerda, dame cuerda!! ¡¡Dame, Dame, Dameee!! ¡¡ESTOY!! ¡¡Ojú qué calor!!
- ¿Qué? ¿Pasaste miedo?
- Miedo no, pero qué calor tengo.
- Ah, vale, que ahora al miedo le vamos a llamar calor J J J
El tigre menea la cola tranquilo y se ríe de nosotros: “De aquí no pasáis”.
Y se hace la luz y la ventana que se intuía desde abajo desaparece como por arte de magia ante mis ojos.
Sólo era una sombra, un espejismo, pura ilusión que se desvanece…la posibilidad de llegar a galería horizontal que cortocircuitara este gran pozo se esfuma.
Ante mí sólo pared vertical que continúa hacia arriba 50 metros más.
No merece la pena seguir. Seguro que llegamos a la cabecera de este pozo por otro lado y con menos esfuerzo.
Cuando llego de vuelta al suelo de barro hasta los ojos, Zape me quita el taladro y lo acuna entre sus brazos: “ay pobrecito, pobrecito, que mala vida te damos”.
Toca retirada. El aliento del tigre nos peina el flequillo y vamos dejando atrás su rugido.
Volvemos sobre nuestros pasos empujando a la nube despistada hasta conseguir sacarla por la boca de la cueva. ¡¡POP!!
Y en el exterior, para nuestra desgracia, todas sus compañeras la reciben llorando de alegría ;)
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