lunes, 27 de octubre de 2014

De ébola, rescates y cegueras morales...





 (Artículo de opinión PURAMENTE PERSONAL, sin conservantes ni colorantes...).

En las últimas semanas, con el rescate de Ceci, los espeleólogos y nuestra actividad hemos estado “en la cresta de la ola” (o en el fondo de la torca). Muchos hemos estado siguiendo blogs y noticias en prensa, ansiando tener noticias de cómo evolucionaban los acontecimientos. Las noticias (como no podía ser menos en un país en el que todos los ciudadanos somos los mejores ministros, los mejores seleccionadores y los mejores “todo”) venían acompañadas por una retahíla de comentarios de variado pelaje. Los más humanos, deseando un pronto rescate y una rápida recuperación, o pidiendo que las autoridades pertinentes actuaran con la debida premura. Sin embargo, había dos “tipologías”de mensajes que me han provocado una cierta “repugnancia moral”, si se me permite ponerme tan pedante.

En primer lugar, una serie de argumentos muy en la órbita “neoliberal”, que vende esa supuesta “responsabilidad personal” que debemos tener todos, para no depender de “papá Estado”. Esos comentarios venían a dar a entender que Ceci (y, por ende, todos los espeleólogos) éramos poco más que unos imprudentes e inmaduros, que íbamos por el mundo buscando el riesgo extremo sin preocuparnos de las consecuencias para nosotros ni para los demás. Particularmente, sin preocuparnos de esos responsables “contribuyentes” que venían a reclamar algo así como “ni un duro de mis impuestos para rescatar irresponsables”: si los espeleólogos son tan alocados, que se paguen un seguro para sufragar las consecuencias de sus vicios.

Creo que son mensajes muy sintomáticos de esa ética que tristemente se está imponiendo en España, de raigambre anglosajona y protestante, muy WASP ella, thatcheriana a tope (recuerden “no hay sociedad, sólo individuos"). Cuando esa mentalidad se junta con la tradicional mentalidad hispana de la trapacería, el chalaneo y el chanchullo, pues tenemos las portadas de los periódicos: “Nicolases”, Blesas, Ratos…
 

Muchos dirán que no es el caso, que lo único que se critica es que se dedique dinero público para pagar las consecuencias de vicios privados. Sí, pero… démosle una vuelta. ¿Y si en lugar de un espeleólogo accidentado –recordemos, una actividad estadísticamente muy segura- habláramos de un ciudadano que requiere un trasplante de pulmón tras décadas de fumar tres paquetes diarios –una actividad estadísticamente muy insegura? ¿Seguiríamos defendiendo que no merece ser tratado por un sistema público de salud?  Es posible que un neoliberal a ultranza diga que sí, pero probablemente muchos de los que critican que se rescate sin cobrar al accidentado, en este caso dijeran que no. Y las diferencias no son tantas. Y si las hay, en todo caso serían favorables al espeleólogo: su actividad es más segura; el problema es que es menos “normal” (en el sentido de cotidiano).

Pero había un segundo tipo de mensajes que también mostraban una notable bajeza moral. Y eran aquellos que  utilizaban el paralelismo con el caso del sacerdote español afectado por el ébola y repatriado.

Vaya por delante que soy ateo convicto y confeso, forofo de Europa Laica y, como profesor, firmo –y firmaré – todos los manifiestos para que la religión católica deje de usar institutos públicos para hacer proselitismo. Por si hay alguna duda, personalmente creo que a estas alturas del partido, las religiones (particularmente las monoteístas) poco tienen que aportar en el ámbito de la moral y la ética: sus virtudes, que las tuvieron- acompañadas de tantos o más defectos- han sido de sobra “absorbidos” por la(s) ética(s) laicas, con la ventaja de que estas son autónomas y racionales. Vamos, que no beso santos precisamente.

Ello no obsta para que valore que una persona con motivaciones religiosas dedique su vida a hacer el bien. El caso del sacerdote fallecido por el ébola es una de esas personas. Independientemente de mi opinión sobre su fe, sus acciones y su coherencia lo hacen merecedor de respeto. Por eso me resultó particularmente chocante ver mensajes de gente (quiero creer que eran los habituales “trolles”, y no espeleólogos) que, pidiendo la intervención del Estado en el rescate, aducía argumentos tales como “mejor traer al espeleólogo que a un cura”. El Gobierno español tenía la obligación ética –si no jurídica- de facilitar el rescate de Ceci, al menos para mi. Pero si eso es así para una persona accidentada que en su tiempo libre realiza un hobby (y, nos pongamos como nos pongamos de estupendos con eso de que “lo nuestro es un deporte-ciencia”, la espeleología es un pasatiempo para el 99% de sus practicantes, y me incluyo, aunque en ocasiones pueda tener connotaciones tangencialmente científicas) vale aún más para una persona que ha dedicado su tiempo a ayudar a los demás, máxime cuando lo ha hecho a sabiendas del riesgo que corre. No ver una cosa tan obvia es síntoma de una notable “ceguera moral”. Creo que ese tipo de argumentos nos han hecho un flaco favor en los medios de comunicación a los espeleólogos, y responden más al típico –y tópico- anticlericalismo analfabeto pseudoprogre (tan de pandereta como las habituales declaraciones de la propia Conferencia Episcopal) que al sentir del colectivo espeleológico.

 
Y creo que no es el sentir del colectivo porque precisamente éste se ha portado en el caso de Ceci. Se han portado aquellos que han acudido a Perú a rescatarle, se han portado los que han organizado rifas y campañas de apoyo, y se han portado todos aquellos que han colaborado económicamente o de cualquier otra manera. Y seguro que no han perdido mucho tiempo escribiendo tonterías en los diarios…

PD: Ceci, que te recuperes pronto, y a ver si vuelves por Fuente Fría, hombre…

PD2: las fotos están cogidas de la web, si alguna tiene derechos, por favor me lo indiquen y la retiro...

jueves, 16 de octubre de 2014

Rubicera again... (10/11/12-10-14)

La maja vestida... con buri

Tras varias salidas de día al sistema del Mortillano y cavidades adyacentes (no contadas en el blog por pura vagancia de los participantes), hacemos de tripas corazón y nos preparamos para dirigirnos de nuevo a nuestras famosas gateras rubiceriles. El objetivo es encontrar un paso en las galerías que encontramos más allá de la gatera de 400 metros (su puta madre, se dice pronto) que nos permita evitarla. La topografía nos decía que se encontraban relativamente "cerca" de las galerías que habíamos estado explorando en el entorno del Pozo de la Galleta antes del verano, así que...

Así que el viernes nos encontramos en el club Cristóbal, Wychy, los castreños y los Pedros, dispuestos a escribir otra de esas brillantes páginas de oro de la espeleología de las que habla Alfredo (teniendo en cuenta nuestra suerte y nuestra ortografía, sería de "horo" o asín). Pese a las nubes, el tiempo nos respeta hasta la boca de Rubicera, y tras cambiarnos enfilamos el archiconocido camino hacia el vivac. El cansancio semanal se refleja en los rostros y en los andares... Por lo demás, conversaciones costumbristras:

-¿Tienes el hornillo"
-No, creí que lo tenías tú.
-Hostia, se quedó en el club...

-¿Llevas el taladro?
-Sí; tú, las baterías, ¿no?
-Euhhh... Bueno, las del otro, ¿son compatibles?
-...

Todo ello, amenizado por la orquesta de viento de los que han tenido a bien hormigonar su estómago con cantidades ingentes de alubias de la tierra...

Tras llegar al vivac y comprobar que la mayoría no hemos traído cena, pues comenzamos a atacar las provisiones del día siguiente (ante todo, organización). Un poco de vino, otro poco más de orujo, una dormidina, y al catre. Zape se ha debido equivocar y, según Marta, se toma una (o dos) "Ronquidinas". Su popularidad en el vivac baja más rápidamente que la de Ana Mato en plena crisis del ébola...

Esto tá más negro que las tarjetas de Rato...
Nos levantamos entumecidos y poco descansados. Desayunamos bien (las provisiones merman que es un primor), y para abajo. Nos esperan varias horas hasta la punta de exploración. Como sólo uno de los presentes ha estado, la conversación toma un tono escolar: 

-¿Queda mucho?
-¿Cuánto falta?
-Tengo pis...
-Estoy hasta el rabo de ir a rastras...


 



Este debe ser el "Excalibur" ese del ébola...


A medio camino paramos a comer, y seguimos hacia la punta. Poco antes del lugar donde dejamos la exploración hace ya año y medio, nos dividimos en dos grupos para ir mirando incógnitas. Mientras los castreños y Cristóbal revisan varios laterales, los Pedros y Wyhcy vamos hasta el punto final, y retomamos la topografía. Unas gateras de arena con huellas de lirón van descendiendo progresivamente. Pedro se adelanta mientras los otros dos vamos topografiando. La dirección es magnífica, va como un tiro hacia las galerías con las que esperamos conectar; la inclinación, la adecuada; las formas de las galerías (que se van ampliando hasta formar un bello meandro con marmitas) y las formaciones, espectaculares; huellas de un mamífero muy similares a las que habíamos visto en la otra galería; todo huele a unión... hasta que se cierra en la base de un P.20 impenetrable, por el que circula una notable corriente de aire. Desconcertados y cansados, emprendemos la retirada. A mitad del meandro nos encontramos con el resto del grupo: uno de los ramales que han revisado les ha llevado hasta el mismo punto. Tampoco han logrado unir, y la decepción se refleja en nuestros caretos...

Alegrad esas caras, que peor lo lleva la Ana Mato...

Son las ocho de la noche, y nos quedan muchas horas hasta poder llegar al vivac. Volvemos lentamente por la variante encontrada por los otros, con bastante menos ánimo. Al salir de las gateras, los rapidillos salen en cabeza hacia el vivac, mientras que los lentos optamos por un ritmo más pausado. A eso de la una y media de la mañana superamos "el resalte de 150 metros" (como lo llama Wychy) y llegamos al vivac, donde el olor del rissoto con setas enmascara el habitual olor a moho (glamour...). Una cena reconstituyente, y unas horas de sueños nos dejarán...

...baldados, que es como nos levantamos el domingo. Un desayuno raquítico, recuento de material, y para afuera. Al menos, comenzaremos a ahogar nuestras penas en el Coventosa, con unas birras y unas rabas. Esta vez no pudo ser, veremos si la próxima...

Fotos: Marta Candel y Pedro González