domingo, 30 de agosto de 2015

Fuente Fría 2015 (2 de 2)





¿Que qué se hizo en Fuente Fría? Pues lo de siempre, priva y pitanza. Ah, de cuevas…. Bue, pues quitando la 32, que ya aparece en la anterior entrada, pues poquita cosa. Mucha (vale, no tanta) prospección  fallida,  y las otras dos cavidades que prometían, Rueñes y la Sima de la Maza.

Recapitulemos: Rueñes es una cueva explorada por la SEII en los años 80. Tras un P.25, una galería que se desarrolla a favor de un estrato de arenisca va hacia el Sur como un tiro, recogiendo pequeños regatillos superficiales y encauzándolos hacia la zona del Cuivo. Hasta ahí, la parte bonita. Lo malo son sus dimensiones, similares a una tubería venida a más, pero en incómodo. La SEII (y posteriormente los franceses) dejaron la exploración en un sifón impenetrable. (Des)afortunadamente, el año anterior encontramos un paso lateral que cortocircuitaba ese sifón, pudiendo superarlo y avanzar más hacia el Sur. Añadimos unos cuantos metros de topo, y un ataque rápido mostró que la cueva continuaba con la misma tónica: agua, estrecheces… pero con un avance neto hacia el Sur, y con aire evidente…

Aguas abajo se encuentra la Sima de la Maza. Explorada también por la SEII, que la unió a la zona profunda del Mortero de Astrana años atrás, durante el invierno habíamos decidido reexplorar una zona de la misma, ante la sospecha de que las aguas de Rueñes se encaminaban hacia allá. Las últimas entradas primaverales habían sido fructíferas, y habíamos encontrado, aguas arriba, galerías que se encaminaba hacia el Norte, con una pinta que nos hacían sospechar que podría ser el mismo colector que Rueñes. Por lo tanto, era evidente que teníamos que aprovechar el campamento para tratar de avanzar en este frente, sobre todo porque en invierno la cosa se podía poner complicada en la “tubería” de Rueñes…

Así que el lunes 20 de julio Cola, Turri y yo nos fuimos para allá, cargados de ilusiones y todo eso… y poco más, porque Rueñes no es cueva para llevar petate. Lo de topo, un par de barritas energéticas por cabeza, y una botellita de agua, y para abajo. Los sorianos pronto descubren porque, a pesar de las posibilidades de exploración, no había mucha motivación  por entrar en este hediondo agujero. Decidimos bajar del tirón hasta donde podamos, y topografiar de subida, con la esperanza de que la arrastrada hacia arriba (pues toda la cavidad es a gatas o a rastras) nos quite un poco el frío (pues te mojas desde el minuto dos). Llegamos a la punta del año pasado y seguimos avanzando tumbados sobre la arenisca, con el agua entrando por la cintura y saliendo por el cuello, con una pendiente homogénea de 10º, y una altura que va desde los 0,5 o los 0,9 centrímetos de media… Y de pronto, se acabó: un estrechamiento puntual impide el paso: lo intentamos, pero es físicamente imposible, hay que desobstruir. Apenas hemos avanzado algo más de un centenar de metros de la punta de la exploración del año pasado, y el Cola y Turri me recuerdan que es la segunda vez que les lío una así: prometer una exploración guapa, meterlos en un arrastradero infecto, y tener que abandonar al de escasos metros… Así es la espeleo (fútbol es fútbol, y tal…). 

Comenzamos a topografiar de vuelta resignadamente, con un frío que empieza  a hacer mella. Revisamos pequeños tubos laterales sin mayor interés, salvo uno que se prolonga unas cuantas decenas de metros, con una corriente de aire heladora, en el que pajareamos en sus diversos cruces, que acaban estrechándose en demasía también. Turri comienza a notar los efectos de la falta de grasa en el cuerpo (problema que yo, ciertamente, no tengo), y tira para arriba hasta la única salita en la que se puede estar de pie. De mientras, Cola y yo continuamos la topo hasta ese punto. Nos reagrupamos allí, con un Turri aterido y con mala cara, y otros dos en no mucho mejor estado. Guardados los trastos de topo, continuamos el ascenso, salvando las dos estrecheces más desagradables sin mayores problemas, y reptando como orugas (pero en feo). En un momento, me voy por un tubo a la derecha que había quedado pendiente de mirar. Es un meandro bastante estrecho, pero fósil. La subida es penosa, pero la bajada… Eso de que todo lo que entra acaba saliendo es cierto, pero a veces lo es tras mucho esfuerzo y una considerable cantidad de juramentos (algunos, de los más floridos y creativos). Para cuando logro salir, los otros ya estaban bajando a buscarme… Finalmente, salimos a la luz del sol, donde comemos algo y logramos entrar en calor (un buen rato después, eso sí). Por este año, Rueñes queda aparcada, habiendo superado el kilómetro de desarrollo, y una profundidad de -125 metros...



Ese mismo  día, Cardín, Miguel y Paco se han dirigido a la Maza, tratando de remontar el río que llega allí desde el Sur. La sima es un típico meandro descendente, cortado por diversos pozos que nos baja hasta -130. Allí, un pasamanos por la parte alta del meandro permite coger otra galería que viene del Norte, a unos 30 metros de altura sobre el río que corre por debajo. Tras el típico meandro desfondado se sale a una galería de colapso de notables dimensiones (o al menos lo parecen, visto el resto de la sima). Avanzando hacia el Norte se deja un cruce a la izquierda (otra de las incógnitas pendientes, que pudiera llevarnos hacia las galerías que tenemos al norte del vivac de Rubicera), y seguimos hasta un lugar donde cae una cascada por un muro de arenisca. Suben el murete, y allí comienzan a remontar el estrato de arenisca, por una galería con unas dimensiones bastante mayores que las de Rueñes. Sin embargo, lo resbaladizo del suelo les obliga a ir también muchas veces a rastras, dada la pendiente de la galería. De esa guisa avanzan unos 200 metros aguas arriba, hasta que se ven detenidos por una escalada de 4 metros. Así que vuelven hacia abajo, con cuidado de no desmorrarse en el deslizante suelo, y regresan al campamento, tras dejar un depósito de material en la galería de los bloques.


Así quedó la cosa. Por ahora, hemos avanzado en ambos frentes, pero en el futuro próximo sólo se tratará de continuar por la Maza, dado que la condiciones para desobstruir desde Rueñes son … ummm… poco atrayentes… Veremos en qué acaba la cosa…

Fotos: Víctor Cano Recio (Turri)

jueves, 20 de agosto de 2015

Haciendo el oso... (16 al 18 /08/15)



Tras varios meses a medio gas por la rotura del gemelo, decido acercarme al Pirineo a hacer una ruta que tenía en mente desde hace tiempo: la senda de Camille. Se trata de una ruta circular de unos 104 kilómetros que recorre la zona de Echo y Aspe, así como el entorno de Lescun en la vertiente francesa. El nombre le viene del último oso autóctono que vivió en los Pirineos, el macho Camille, que murió en 2010 y tenía por esta zona su hábitat.


Así que cojo el petate, y pista. De camino intento cambiar las plantillas que he comprado –me quedan grandes- pero la tienda está cerrada, así que me tendré que conformar con las plantillas reviejas que llevo, bastante ajadas. Duermo en las cercanías del Refugio de Gabardito, levantándome antes de las siete de la mañana para aprovechar el día, que amanece fresquito (4º C). Tras echar una última mirada al contenido de la mochila, al hombro. Pesa más de lo debido, como siempre, pues voy con intención de prescindir de los refugios, y dormir donde me pille el final del día (o de las fuerzas).

Poco más allá del refugio de Gabardito (1.380 metros)  me encuentro con Joseba, un baztanés que también está haciendo la ruta. Él comenzó ayer desde el refugio de Linza, y ha pernoctado hoy en el de Gabardito. Subimos hasta el collado de Foratón (2.016), mientras me cuenta las curiosas apuestas que se siguen realizando en su zona, curiosas tanto por el contenido como por las cantidades apostadas; y es que subir un monte con 50 kilos de hormigón, para después ponerse a cortar troncos, no se hace en cualquier lugar (y menos, por 2.000 euros…). En el collado nos separamos, pues él sube hacia el Bisaurín, mientras que yo me encamino hacia el Refugio de Lizara (1.540).

Joseba en el Collado de Lo Foratón

En la bajada no me encuentro a nadie, y los primeros caminantes sólo aparecen a la altura del refugio abierto de Ordelca . El día está soleado, aunque no pega en exceso; aún así, la subida por la Plana Mistresa y el Valle de los Sarrios se me hace –nunca mejor dicho- cuesta arriba. El gemelo resentido (¿solo el gemelo?) me molesta, y lo noto congestionado. Así que bajo el ritmo de la subida, y me dedico a disfrutar de un paisaje por el que pasé por primera vez hace casi 20 años, con Gelo, en una de nuestras excursiones anuales uniendo tramos del GR-11 y el  HRP. En esta zona hay algo más de gente, aunque no mucha para la época del año en que estamos. Las marmotas se avisan de la presencia de intrusos con sus agudos silbidos, y corren a esconderse (pero no mucho) en sus madrigueras.






Una vez superado el collado tras el Ibón de los Sarrios, comienza la bajada hacia el ibón de Estanés (1.754). Opto por la variante del este, con menos vistas sobre el ibón pero más solitaria. En esta zona sí que hay bastante gente, pero sólo durante un par de kilómetros, hasta el punto en el que el trazado del GR-11 se desvía del sendero que va del parking de la carretera de Somport al ibón. El tramo de bosque se agradece a estas horas, y aprovecho para cargar agua en una de las grandes regueras que circulan por la ladera. Poco después, hay un tramo rectificado del GR-11, y algo más allá me voy encontrando ya las evidencias de las pistas de esquí de Candanchú.


Tras ojear el mapa, decido esquivar Candanchú y Somport, pues la senda va un rato muy pegada a la carretera, y prefiero evitarlo. Una serie de pistas y senderos me evitarían ese tramo, al tiempo que acortaría un poco. Y es que en el mapa he visto un refugio abierto entre Somport y el refugio de Arlet, y tengo intención de dormir allí (si llego). Lamentablemente, el atajo no existe en este club, y toca la pequeña engarmada “marca AER”. Al menos, me permite ir por un bonito tramo de bosque en el que los corzos se dan de bruces contigo, y enlazo con el HRP, trazado que seguiré el resto del día y buena parte de mañana.



Tras alargar un poco de más la excursión, por fin llego a la Cabaña de Escure (1.420)… que no es un refugio como yo creía, sino una cabaña ganadera en uso, con un trillón de ovejas, chones, y mastines con caras de pocos amigos. Joder, casita roja rellena era refugio guardado, y casita roja no rellena, refugio no guardado, ¿no? ¿O eso era en el Monopoly? La cuestión es que aquí no voy a dormir, y son ya las ocho de la tarde… y llevo 31 kilómetros a mis espaldas… Miro un poco el mapa, y veo que tres kilómetros más allá el sendero pasa por un hombro en una zona boscosa (1.500). Puede ser buen sitio…


Sigo por el bosque, cada vez más oscuro, y llego al hombro, ocupado por un calvero. En una zona de bosque mixto monto la tiendecilla y aprovecho para hacer la cena. Mientras cocino, un jabalí me avisa con sus gruñidos de que estoy invadiendo su territorio, y los ladridos de dos corzos le contestan ya en la oscuridad. Ceno y me meto en el saco como puedo (la tienda es minimalista y no pesa, vale; pero cambiarte de ropa o meterte en el saco es un ejercicio de contorsionismo, y mis agarrotados músculos no lo agradecen). Aprovecho para leer un poco más de La gran guerra por la civilización -el intenso relato de Robert Fisk sobre sus años de corresponsal en Oriente Próximo y otros lugares “calientes” de la historia reciente-, pero se me cierran los ojos…

Al día siguiente me levanto a las siete, con la intención de aprovechar la luz (nunca se sabe).  Amanece con la niebla muy metida, pero al menos no es “meona”. Desayuno y recojo la tienda, y comienzo la caminata por bosque. Sumido en la niebla, tiene un encanto especial. El sendero baja suavemente, antes de comenzar el ascenso que me llevará al Refugio de Arlet. Junto conmigo sube la niebla, que se va espesando. El Col de Lupachouau (1.887) el sol se deja ver por primera vez en todo el día. Sólo en este tramo la luz del sol me recibe, y me permite disfrutar de un espléndido mar de nubes. Pero el mar de nubes no está contento con los dominios que ha ganado, y quiere más. Así que para cuando llego al refugio (1.986), la niebla me vuelve a tragar, tras haberme dejado disfrutar brevemente del ibón que da nombre al refugio. Apenas me encuentro a unas pocas personas en todo este tramo; se ve que la niebla ha desanimado a la gente. La bajada hacia el valle la hago sumido en una niebla cada vez más espesa, lo que me impide ver un paisaje que, desde arriba, se intuía magnífico. Entre la niebla me doy de bruces con un rebaño de ovejas… y sus dos fieros mastines. Mastines que no se toman muy bien mi presencia. Y aunque ya sé que hay que rodear los rebaños para evitar problemas con ellos (por si acaso, amables cartelitos lo recuerdan), lo que no sé es cómo hacerlo cuando apenas veo un par de metros, y el terreno es tan abrupto que no invita a tomar atajos. Los mastines son, indudablemente, franceses, pues no responden al socorrido “arrancamecagüendios” que es mano de santo en España. Hay que recurrir al “esperanto perruno”: el gesto de coger y tirar la piedra. Ese lo entienden a la perfección, pero me marcan a un metro hasta que logro sobrepasar el rebaño. No les quito ojo de encima, que aún conservo en la pierna izquierda la marca del último chucho que se me aceró por detrás y al que no presté atención…





Poco después paso por el Col de Saoubathou (1.952) donde un cartel me recuerda que paso por el Chemin de la Liberté, un GR que conmemora algunas de las rutas usadas por los franceses que no se sometieron al yugo nazi o al régimen de Vychy. Rutas similares a las que usaron, en sentido inverso, los republicanos españoles que escaparon del régimen de terror franquista; aunque en Francia, en lugar de “liberté”, lo que encontraron fueron campos de concentración y, posteriormente, bajo Petain, obligados a entrar en las Compagnies de Travailleurs Étrangers. Muchos de ellos serán enviados a trabajar como esclavos de los nazis, o acabarán en campos de concentración como Mauthausen.

Siempre envuelto en la niebla –cada vez más espesa-, continúo hasta el  Puerto de Lo Palo (1.942); allí abandono el HRP, e inicio un progresivo descenso que  me mete en el valle que me lleva hacia Lescun, siguiendo el río Labrenere. Como no tengo intención de pernoctar allí, abandono el sendero y busco unas pistas (1.005) que me eviten la mayor parte del tramo asfaltado. Así, acabo cogiendo el sendero que va hacia las cabañas de Ansabere. Inicialmente pensaba dormir allí, ya que aparecía lo que yo creía que era el símbolo de refugio abierto; pero vista la experiencia del día anterior, va a ser que no… Desde el Pont Lamareich (950) retomo el HRP.

Busca las 7 diferencias entre la señaléctica hispana y la francesa...

La subido la hago entre una niebla cada vez más “meona”, alternado zonas boscosas y pastos de altura. Llevo más de 30 kilómetros y, aunque los hombros no se resienten del peso, el gemelo sí que comienza a molestarme. La zona de las cabañas de Ansabere  (1.580) está hasta arriba ovejas (¡y mastines!), y bastante mojada. Viendo que la niebla viene del lado francés, y recordando que en el collado del Petrechema (2.084) había varios vivacs, decido afrontar los más de 400 metros de desnivel que quedan; son ya casi las ocho de la tarde…



Desgraciadamente, lo único muerto era su capacidad ortográfica.

La subida la hago muy lentamente, con miedo de forzar el gemelo, que noto muy tenso. Me planteo vivaquear allí mismo, pero decido subir poquito a poco hasta el collado. Una vez arriba son pasadas las ocho y media, y la luz va bajando rápidamente. La niebla es espesa en el collado, y corre un aire muy frío. Como los vivacs no son particularmente confortables, y la vertiente española parece que tiene menos niebla, decido apurar los últimos minutos de luz y bajar un poco más buscando un lugar donde dormir.


Poco después, aunque con las manos heladas de frío, el día me recompensa con una retirada de la niebla, y puedo disfrutar del anochecer en el mágico roquedo kárstico. Aunque había estado ya aquí, apenas recordaba nada de lo bonito que era. El roquedo con sus pinos retorcidos en busca de un mínimo sustrato donde medrar, bajo la última luz del día tiene un enorme encanto. Varios rebaños de sarrios son sorprendidos por un intruso a deshoras, y me regalan algunas piruetas por los cortados que flanquean la Foya de los Ingenieros. Poco más abajo ya no es posible continuar sin frontal, así que en una zona herbosa planto la tienda (1.500). Llevo 42 kilómetros hoy, y estoy tan cansado que paso hasta de hacer la cena, picando algo frío rápido antes de meterme al saco, bajo una noche completamente estrellada…


Al día siguiente me levanto entumecido, y con la tienda un tanto mojada (no de los sueños húmedos, sino del relente y de la condensación). Desayuno con la última agua que me queda, y tomo la senda que me encamina hacia el refugio de Linza (1.340). Una parada para cargar agua y lavarme un poco (que falta me hace) me despeja, y afronto el último tramo de bajada con energías renovadas, y con apenas un par de personas en dirección contraria.



 
Ya en Linza, la senda de Camille tiene dos opciones. Opto por la que atraviesa el macizo de los Alanos, pues la otra ya la conozco. El GR continúa por la pista que va a Zuriza, pero no me apetece mucho (y a la planta de mis pies, un tanto tocadas, menos). En el mapa veo que a la otra mano del río que discurre por el Barranco Petrechema (afluente del Veral) otro GR, el GR-13 (la Cañada de los Roncaleses). Así que opto por ir por allá. Aunque implica algún pequeño sube-baja extra y poco más de vuelta, es bastante más bonito, pues atraviesa un bosque mixto repleto de hongos de todo tipo.


Llego al camping de Zuriza  (1.234) y como algo antes de afrontar la subida hasta el Paso de Taxeras (1.910). La pista se me hace un tanto pesada, y la subida. Una vez en el alto la vista de los Alanos merece la pena. Tiene buena pinta la subida al Peñaforca por ese lado, pero será otra vez, que con llegar a Gabardito ya voy a tener bastante.








La bajada por el Barranco de la Fuen es un tanto incómoda, y tiene pinta de no ser muy transitada.
Las marmotas vigilan con desconfianza mi paso, ya cansado. Llego hasta una pista (1.250) en la que los perros hacen verdaderas proezas guiando a las ovejas. Desde aquí comienza el último ascenso de la excursión: la subida al Collaú de Lenito Bajo (1.716), casi 500 metros de “postre”. Al menos, la subida es por un bonito bosque sombrío, con hayas y algunos pinos. La subida alterna zonas de suave pendiente con rampas bastante más pronunciadas, ay...


Llegada al Collado del Lenito Bajo

Una vez en el collado, las vistas sobre el Castillo de Acher y el Bisaurín son espectaculares. La bajada se realiza por un sendero poco  marcado inicialmente que se va haciendo más evidente, y pasa un refugio forestal en buen estado de conservación. Sin embargo, la parte final de la bajada se encuentra en mal estado, una pista en la que las piedras de todos los tamaños se esfuerzan por hacer cada paso incómodo. Los 800 metros de bajada se hacen laaaargos…

Vista desde la Collada del Lenito, con el Bisaurín.


Llego así hasta la carretera de la Selva de Oza, y atravieso el Aragón Subordán por el Puente Santa Ana (925). Sólo me falta subir hasta Gabardito: 7,5 kilómetros de pista, o campo a través. Sea como sea, otros 400 metros de subida. Opto por la variante corta, y no me arrepiento. Sólo me cruzo con una chica en todo el recorrido, también tapizado de setas de todo tipo. El último repecho me deja en el refugio. Me acerco bastante fatigado hasta el coche, disfrutando del cielo claro que deja la luz del atardecer. Hacer el oso, a veces, merece la pena…



martes, 18 de agosto de 2015

Carcabon historia de Amor y Odio




Este verano los del AER hemos participado en dos ataques a esta cavidad que amenaza con convertirse en una de las grandes y  como ya dijimos en el artículo del  29 de octubre, lleva muchos años en nuestra lista de objetivos.

Carcabon 12 de Julio de 2015

Wichi en compañía de Patrick, Sandrine y algunos de sus amigos franceses entran en la cueva con el habitual suplicio de los estrechos y barrosos tubos que muy acertadamente se han llamado Coloscopia, que les deja en el primer lago con sus playas de barro pastoso.
Varias cuerdas de subida y bajada permiten llegar al segundo lago cuyo techo no está lejos y no inspira confianza en caso de crecida.





Poco después llegan a las grandes galerías que encontramos en el último ataque de 2014, cuando suben al montículo donde se dejó el hornillo y algo de pasta comprueban que el agua lo ha arrastrado a pesar de estar más de 20 m. por encima del nivel actual del agua.
Pronto alcanzan la punta del año pasado y siguen avanzando por grandes galerías en general, con varios cruces que se quedan pendientes de explorar.
No hay rastro del río pero si varias vadinas restos de la última inundación y el nivel apenas varía mientras recorren centenares de metros.
La galería principal parece cerrarse y da paso a unas más modestas, con numerosos cruces, que exploran hasta que un pozo les corta el paso.
Inician el retorno que les lleva más de cuatro horas, por lo que pensar en el vivac se hace inevitable pero pensar en vivac en esta ratonera da “mucho miedo”.
Han explorado casi 2000 m. de galerías

Carcabon 8 de agosto de 2015

Por fin conseguimos sincronizarnos con Sandrine y Patrick, para poder ir juntos al Carcabon.
Yo no pensaba ir porque me saque el hombro hace dos meses y aún estoy rehabilitando, pero algún día hay que empezar a hacer cuevas , así que acabo apuntándome. Pero no sin miedo a que los esfuerzos que tengo que hacer para pasar algunos pasos y para arrastrarme por la tubería de barro me resientan el hombro y no quiero pensara en salir de allí con el hombro fuera…
Con esos fantasmas en la mente nos acercamos Wichi y yo a la boca donde hemos quedado con los Degouve. Tras los saludos de rigor , decidimos el material a llevar , nos ponemos los neoprenos debajo de los monos y para adentro.
Comienza la sesión de contorsionismo y esfuerzos rastreros, aunque mi brazo aguanta y mi confianza aumenta al mismo ritmo que mis resoplidos.
 

Llegamos al primer lago y Patrick ya dice que el nivel está más alto que la última vez, cosa extraña ya que hace mucho que no llueve apenas en la zona de Ramales.
 
Tras pasar la Gincana de cuerdas llegamos al segundo lago y o sorpresa “esta sifonado”…

 
Como puede ser ..si apenas ha llovido. Nos devanamos los sesos, pensando como es posible que con tan poca lluvia haya subido tanto el nivel del lago.
Como dice Sandrine “Esta cueva da mucho miedo”.
Revisamos una sala lateral al lago y valoramos la opción de hacer alguna escalada en esta sala a ver si es posible puentear el sifón, pero eso será otro día.

 
Volvemos con las orejas gachas y muy mosqueados con esta cueva, mosqueo que aumenta muchos grados cuando al volver al primer lago, vemos que el agua ha subido unos 10 cm. en una hora.. Joder con la cueva si fuera no está lloviendo y esta mañana solo había un poco de llovizna…
 
Salimos al exterior tras otra sesión de reptar y resbalar  y para celebrar nuestro fracaso, nos vamos a Vegacorredor a tomar unas cervezas y comer el bocadillo.


 

Como no hay mal que por bien no venga, disfrutamos de una agradable charla con cerveza y comida con múltiples especulaciones sobre el origen de las aguas del Carcabon.
Terminamos la jornada de espeleo con un lavado del material en el río, que además de agua la cueva tienen mucho barro.

   Nota: Mas tarde en casa de los Degouve, una jornada de ordenador nos permite volcar las medidas del sensor de presión y temperatura, que ha estado instalado en el primer lago durante un año. Las medidas indican crecidas de hasta 27 m. de altura y unas curvas de descarga que son bastante agudas en su crecida y más suaves en su descarga, sobre todo los metros finales.