Sábado 2 de Febrero a
6 de Marzo de 2023
Durante cinco semanas, algunos de los habituales de este blog,
hemos participado en una expedición a las junglas de Papua Nueva Guinea,
organizada por Jean Paul Sounier, un mítico explorador de la cuevas de este
país con numerosas expediciones a sus espaldas, que con más de setenta años,
sigue con una fuerte ilusión y una increíble capacidad física realizando estas
expediciones.
El grupo completo de espeleólogos lo formamos 20 personas de
6 nacionalidades, con 6 franceses, 3 australianos, 2 ingleses, 1 neozelandés, 2
portugueses y 6 españoles, con la necesaria ayuda de los habitantes locales,
los durísimos papúes, con sus pies descalzos y sus brazos fibrosos manejando
los machetes.
Por nuestra parte de los ocho amigos que nos conocemos desde
hace años y viajamos juntos desde Madrid, seis españoles y dos portugueses,
solo Zape tenía experiencia en esta zona en otras dos o tres expediciones anteriores.
Para cada uno de nosotros el viaje ha sido diferente
supongo, dependiendo de las expectativas y experiencias. Para mi caso concreto,
lo más atractivo era tener la experiencia de vivir un largo periodo en medio de
la jungla, que como muchos había visto en TV o leído en libros, pero salvo una
breve experiencia en Nicaragua, no conocía. Por supuesto también conocer nuevos
ambientes, costumbres, comidas…
Finalmente estaba el objetivo de explorar nuevas cavidades,
que para algunos era la principal motivación del viaje, pero en mi caso era más
bien un aliciente más. Seguramente porque aquí tengo la suerte de disponer de
un amplio terreno calizo en el que explorar.
El viaje en si hasta las antípodas, ya suponía un gran reto
con más 16.000 Km de distancia, seis vuelos y una travesía en barco de más de
16 h., fue realmente pesado y solo el buen ambiente de los amigos, hizo que
fuera más fácil de llevar.
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Foto:Miguel Pessoa |
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foto:Miguel Pessoa |
La llegada al aeropuerto de Kokopo, en la isla de Nueva
Bretaña fue un impacto de calor y humedad con más de 30º y 90%, allí vimos
por primera vez los colores de los vestidos y la relajación de los habitantes.
Las pick up llenas de gente nos adelantan mientras vamos hacia el centro de la
ciudad, donde esta nuestro hotel, que está bastante bien e incluso tienen aire
acondicionado. Pasaremos un día allí hasta poder coger el barco y
aprovecharemos para hacer las últimas compras de cosas imprescindibles, como un
machete y un toldo, también para cambiar a la moneda local, la Kina, cosa que
parece fácil, pero que allí se mostrara imposible para los que llevan dólares.
Nos llama la atención que la gente nos saluda, incluso desde los coches en
marcha y parecen contentos de tener unos blancuchos deambulando por allí.
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foto:Miguel Pessoa |
Visitamos el mercado local muy colorista y con productos
desconocidos para nosotros y nos damos un baño en la playa, con un volcán
semiactivo en el horizonte. La cena en un hotel de la playa es el pequeño lujo
que nos damos estos días.
Contratamos un taxi local, es decir una pick up con toldo,
que nos lleva por la costa hasta el puerto de atraque del “crucero de lujo”,
que nos aguarda, pasamos frente a antiguos túneles excavados por los japoneses
en la 2º guerra mundial, que hicieron de esta zona una importante base
aeronaval. Antes de embarcar sesión de pesaje de las mochilas, que aprovechamos
para ver quien es el más pesado, competición que gano sin problemas.
La travesía en barco hasta el pueblo de Palmamal, al sur de
la isla, resultó ser una de las pruebas más duras del viaje, ya que solo
disponía de unos toscos asientos para una multitud de viajeros, lo que no
dejaba margen para tumbarse. Acabamos durmiendo en posiciones y lugares
inverosímiles. Solo la compañía de numerosos delfines puso un toque ameno a
este viaje nocturno.
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Foto: Miguel Pessoa |
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Foto:Miguel Pessoa |
Poco después del amanecer llegamos a la bahía de aguas
tranquilas, donde se sitúa la pequeña villa de casas con pilotes y techos de
hoja de lata. En la costa una multitud de barcas y canoas y un pequeño mercado
de frutas. Aparece el dueño del albergue local que nos ha pasado la
organización de la expedición y que es el único de la zona.
Cogemos nuestros pesados bultos y vamos para el alojamiento,
palabra que resulta excesiva, para lo que en realidad nos encontramos, con
habitaciones mugrientas, servicios infames y ducha de caldero. Lo que si es
europeo es el precio que nos cobra este tipo, que por consenso se convierte en
el peor rostro de este viaje.
Tenemos que hacer una visita a las autoridades locales, que
nos sueltan en una especie de inglés un discurso, que solo algunos de nosotros
entienden y a los que tratamos de explicar que vamos a hacer, lo bonito que es
su país y lo importante de conocerlo y conservarlo.
Finalizado el acto oficial, vamos a la costa para darnos un
baño, aunque está un poco lleno de gente y algo de basura, por lo que ponemos
los ojos en unas pequeñas islas a unos 400m. de la costa con pinta de
paradisiacas. Contratamos una barca que nos acerca a ellas y dice que volverá a
buscarnos en unas horas.. O eso esperamos.
La idea resulta excelente y el lugar y sobre todo sus aguas
transparentes, con corales y peces de colores, será uno de los momentos más
agradables de la expedición. Resultó que sí que volvieron a por nosotros y
llegamos para una cena cutre y una noche más cutre de calor y mosquitos.
Por la mañana temprano, tomamos una lancha hacia la aldea,
desde donde subiremos andando hasta el campamento en lo alto de las montañas de
Nakanai. Pasamos junto a la gran surgencia de Iowa, donde sale buena parte del
agua del macizo y cuyo recorrido subterráneo nos proponemos encontrar en las
próximas semanas.
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Foto:Miguel Pessoa |
Desembarcamos junto a un gran árbol y tomamos un sendero de
la jungla hasta una pequeña aldea, Malakur ,donde se supone que nos esperan
varios porteadores, que nos acompañaran hasta lo alto de las montañas unos 1200
m. más arriba, pero parece que el encargado de hacer las gestiones (el
jilip..del albergue), no ha hecho su trabajo y allí no nos esperan.
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Foto: Miguel Pessoa |
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Foto: Miguel Pessoa |
De todas formas mientras piensan como lo hacen, nos da una
charla el anciano de más autoridad del lugar, que resulta ser un hombre
bastante bien formado y concienciado con la conservación de su entorno y que
habla mejor ingles que las autoridades. Un chico se sube a un cocotero en
directo y nos trae unos cuantos cocos, que abren con gran habilidad, manejando
un machete corto. El agua de su interior está estupenda y nos refresca en este
día tan caluroso.
Por fin se decide cómo será el ascenso hacia el campamento,
que para nuestra desgracia no se hará en dos etapas si no en una muy larga. De
momento andamos media hora hasta otro poblado más alto llamado Rurai, donde
pasaremos el día y la noche, hasta que se reúnan los porteadores y salgamos al
día siguiente.
La verdad es que es el primer contacto cercano con la
población local y las sensaciones son muy buenas, con gentes amables y
risueñas, con montones de niños, para los que somos una diversión, sobre todo
cuando Marta e Inma se dedican a hacer juegos con ellos y cantar canciones.
Inma es enfermera y ha traído un buen botiquín, así que cuando ve una niña con
una fea herida infectada en un pie se pone a tratarla ,lo que atrae más
heridos y curiosos.
Cenamos lo que será una parte importante de nuestra dieta en
los próximos días, latas de atún con galletas y dormimos en nuestras hamacas
colgadas de las paredes. Es una buena noche, mucho mejor que en el súper
albergue.
A las 06:00 aparecen los 16 porteadores, que nos acompañaran
con las pesadas cargas que llevamos y que incluyen 700 m. de cuerda, taladros,
baterías, mosquetones y placas. La comitiva se pone en marcha bajo un calor
húmedo, que a mí me pega más fuerte de lo esperado, con un sofoco que me
recalienta el cerebro o lo que tenga dentro de la cabeza, me mareo y siento que
no tengo fuerzas para andar. No me lo puedo creer acabamos de empezar y ya
estoy jodio. Afortunadamente me recupero y mis piernas vuelven a la vida.
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Foto: Miguel Pessoa |
El camino será un preámbulo de lo que nos espera en los días
futuros, con senderos que suben y bajan hoyos o cruzan pequeños barrancos, con
barro que patina y obliga a repetir los pasos una y otra vez. Le preguntamos de
vez en cuando a nuestros guías cuanto queda y siempre nos dicen que tres horas.
La comida de latas y galletas a la que aún no nos hemos acostumbrado, no ayuda
mucho y la lluvia que nos empapa solo empeora la cosa.
Finalmente unas nueve
horas más tarde, llegamos a la pista de helicóptero antesala del campamento,
donde nos reciben los colegas de expedición, que ya llevan allí casi una
semana. Es el día 10 de febrero y salimos de casa el día 2.
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Foto: Miguel Pessoa |
El núcleo central es una larga estructura de madera, en
forma de medio tubo cubierta con toldos y bajo ella, una larga y rústica mesa
de maderos, con bancos también de madera. Además de alguna mesa auxiliar para
la cocina y almacén de material. Algo mas lejos una letrina excavada en el
suelo con otra estructura de palos y toldo.
Alrededor de este núcleo y repartidos donde se ha podido,
cada cual ha montado su “casa” con hamacas o plataformas de bambú cubiertas por
toldos.
Tras un corto saludo, cada uno de nosotros busca donde
plantar su bandera, antes de que se haga de noche, cosa que ocurre pronto sobre
las 18:00 y que llega de forma rápida bajo los altos árboles. Yo encuentro un
rincón ligeramente llano y coloco la hamaca entre un árbol grande y un arbusto,
lo que será un gran error, ya que por la noche el arbusto cede y casi toco el
suelo.
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Miguel Pessoa |
Nuestra primera cena a base de arroz, nos espera y conocemos
a todo el resto del equipo que ha llegado de sus prospecciones por los
alrededores. También nos explican someramente el funcionamiento de las comidas,
que están definidas por semanas y menús y algunas otras peculiaridades del
campamento.
La primera noche en medio de la jungla cumple lo esperado y
montones de ruidos diversos, nos acompañan, la mayoría son ranas e insectos,
los tigres, elefantes y panteras son de otra película en esta no toca.
El día amanece a las 06:00 y nos reunimos para el café con
cereales y galletas que junto al chocolate Milo, la crema de cacahuete y miel,
será el menú oficial del desayuno.
El grupo ibérico hoy se dedicará a descansar y completar las
instalaciones de nuestras mansiones. Yo por mi parte decido cambiar de
ubicación y sistema, construyendo una plataforma donde poner la esterilla con
una mosquitera. Tras dar varias vueltas por la zona, encuentro un sitio que
puede funcionar y paso el resto del día cortando árboles y bambús, hasta
completar un agradable rincón.
El día amanece sin lluvia y será nuestro primer día de
actividad en las montañas, tras el frugal desayuno, los españoles nos
incorporamos a uno de los equipos que ya trabajan en la zona, los Ali-Oli, como
llamamos a la pareja de amigos australianos Al y Ali, que han localizado
algunas cavidades descendiendo por un valle. Los Portus y Lotina por su parte
seguirán una de las rutas abiertas hacia el sur.
Básicamente lo que se está haciendo en la expedición es a
partir del campamento, abrir con machetes caminos en la jungla en varias
direcciones, sobre todo hacia el sur y norte, para localizar barrancos, valles
y dolinas en las que a su vez buscar sumideros o simas , que nos conduzcan a
las entrañas del lapiaz. Disponemos de algunos mapas y fotos aéreas, pero la
verdad es que nunca está claro que nos vamos a encontrar, hasta que ponemos el
pie en la zona concreta.
Con las barrigas llenas de aire, tomamos los senderos de la
jungla, en los que tienes que ir constantemente pendiente de los obstáculos del
terreno para no hacerte daño. Saltar árboles caídos de más de un metro de
diámetro, agujeros entre las raíces de los grandes árboles, bambúes afilados
cortados a 30 cm., piedras afiladas e inestables, rampas de barro, arboles sin
apenas raíces que se caen al tocarlos, en fin una yincana de obstáculos.
También los inevitables mosquitos, hormigas y arañas gigantes.
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Foto: Miguel Pessoa |
La primera sima que algunos van a explorar se encuentra a
casi 1´5 h. de marcha cubiertos de sudor. Carlos y yo, les acompañamos pero
luego seguimos por el valle para buscar nuevas cuevas. Es nuestra toma de
contacto con el deporte de abrir senderos en la jungla a golpe de machete,
procurando no cortarte un pie y no caer por la pendiente.
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Foto: Miguel Pessoa |
La verdad es que acostumbrado a la selva de los montes de
encina cantábrica, no me resulta difícil avanzar por la selva, ya que casi todo
es posible limpiarlo usando bien el machete, mientras que en casa son los
espinos, encinas y ganzos los que te marcan el camino y solo puedes cortar con
la tijera algunos pasos. Los bambúes verdes se cortan bien si golpeas de forma
correcta los secos explotan solo con golearlos y el resto de arbustos son de
madera tierna que corta bien con el machete. Solo las zonas de bambú muy fino
como lianas, da problemas al resistirse al corte y atraparte.
Bajamos por el fondo de un barranco andando sobre rocas
afiladas y sueltas, hasta localizar tres simas, aunque solo una de ellas parece
descender unos 20 m. Luego ascendemos por unas lomas bastante limpias de maleza
y pasando bajo arboles enormes cuyos troncos rectos, se abren como estrellas al
llegar al suelo y sus raíces se extienden decenas de metros alrededor.
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Foto: Miguel Pessoa |
Paramos para comer nuestra ración diaria de comida, que como
se nos ha indicado consiste en media lata de atún y 8 Crackers ( galletas o
panecillos planos). No es mucho pero con el paso de los días nos
acostumbraremos a este escueto menú, solo variado los días de descanso en el
campamento con pasta china.
Por la tarde estamos en el campamento, bastante cansados,
empapados y llenos de barro. Nos ponemos ropa seca y esperamos con ansia la hora
de la cena, que normalmente cocinan las personas que descansan ese día en el
campamento. La duda es si tocará pasta o arroz, que son los dos platos únicos
disponibles. Alguna variación de las salsas en función de las latas disponibles
o los gustos de los cocineros.
Sobre las 19:30 estamos casi todos agrupados cenando y
comentando la jornada, aunque a veces hay grupos que llegan mucho más tarde,
desde las lejanas rutas de hasta 3 y 4 horas de marcha.
El postre suele ser galletas o frutas en almíbar, aunque
algunos días llegan frutas frescas traídas por mujeres papúes, que no dudan en
hacer muchas horas de marcha, con bolsas en la mano o la cabeza para vendernos
algunas exquisiteces de la zona.
En la zona no hay agua ya que es un lapiaz y se lo traga
todo, pero como llueve casi todos los días, unos toldos concentran la lluvia en
unos bidones, que forman nuestro almacén de agua más o menos potable. Algunos
se limitan a añadirte polvos saborizantes y otros lo pasamos por filtros
cerámicos.
La cueva de Al, donde dejamos a los compañeros, parece que
sigue y con buena pinta, así que al día siguiente volvemos otro equipo para
continuar la exploración y la topo. Somos cinco, Al Ali, Carlos, Inma y yo.
El sendero cada vez patina más y sufrimos para no caernos en
las rampas. Nos equipamos y bajamos por la selva de maleza hasta la entrada,
donde la primera cuerda nos deja en la llegada de un riachuelo, con una galería
pequeña que cada vez se va haciendo más grande y cada vez con más agua
corriendo. Es el primer contacto con las cuevas de Papua y es sorprendente la
caliza es muy blanca, por lo que con muy poca luz parece que estas casi en la
calle, además a pesar de ser cuevas muy activas, abundan las formaciones y
coladas.
Nos mojamos por completo en las cascadas de los pozos y
metiéndonos en vadinas más o menos profundas, pero la temperatura de es de 20
grd. por lo que no se pasa frío.
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Foto: Miguel Pessoa |
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Foto: Miguel Pessoa |
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Foto Miguel Pessoa |
Llegamos a la punta del último día y también tomo contacto
con la instalación de cuerdas en estas cuevas, que resulta ser un reto, ya que
hay zonas de roca muy fracturada y otras que aunque son sólidas, parecen mas
escayola, con una caliza blanda que atasca las brocas y en la que los Multis o
parabolt , apenas agarran bien.
Vamos bajando resaltes y el tamaño de la cueva aumenta lo
que nos anima mucho, hasta llegar a una amplia sala que aún nos motiva más,
pero al fondo todo se cierra y solo un paso bajo por el río, nos lleva a un
sifón que pone fin a la aventura por hoy.
Salimos con calma contentos de la bonita cavidad que hemos
explorado, aunque un poco decepcionados con el brusco final. Aún nos queda
remontar por el sendero ahora cuesta arriba y llegar ya de noche al campamento,
soñando ya con nuestra cena.
Tras dos días de actividad nos tomamos uno de descanso, para
lamer nuestras heridas que nunca se curan en la jungla. También es la
oportunidad para visitar una gran cueva que hay junto al campamento, con una
boca enorme que se ve en las fotos aéreas y que aunque no tiene continuación,
si alberga una cascada que cae del techo y que nos sirve de ducha y lavadero de
ropa. El lugar es impresionante y exuberante, custodiado por una serpiente
pitón que hay por el camino. Lo malo es que los 20 minutos de subida te dejan
de nuevo cubierto de sudor, pero así todo es un pequeño placer en esta jungla.
En las siguientes semanas está será la pauta de nuestras
vidas, días de prospección abriendo senderos en la jungla, días de exploración
de las cavidades encontradas, algunas simples agujeros y otras con más
desarrollo y bonitas zonas, días de descanso bajo la lluvia o buscando lo rayos
de sol, en la plataforma para el helicóptero.
Desde el punto de vista espeleológico, los resultados creo
que son buenos con más de 8 Km. de galerías topografiadas, en múltiples
cavidades alguna con más de 2 km. de desarrollo, varias de 1 Km. y otras con
menos desarrollo.
La profundidad alcanzada no ha sido mucha, ya que los sifones
nos han detenido en cotas nunca superiores a los -200 m. Es cierto que no hemos
encontrado la gran cavidad, que descienda más de 1000 m. que nos separan de las
surgencias en el mar, pero si importantes conductos algunos de gran belleza.
Los días pasaron entre grandes ilusiones al encontrar cuevas
que parecían tener gran potencial y desánimos cuando los sifones cerraban el
paso. Uno de los componentes del equipo, Troi un neozelandés inagotable,
realizo largas marchas a veces en solitario, buscando cuevas cada vez más lejos
en la intrincada jungla. Dos días antes de su fecha de partida localizó junto a
los dos ingleses del equipo, en un valle al norte del campamento una sima que
parecía conducir a una red de galerías con un caudaloso río. De nuevo se creó
expectación en el campamento y al día siguiente volvieron junto a Carlos e
Inma, ya que el equipo de jóvenes franceses se bajaba ese mismo día.
Bien cerrada la noche regresaron contentos, ya que la cueva
continuaba con alguna boca más que se unía y otros afluentes que aumentaban el
caudal. Lo habían dejado en una galería sobre un lago. En el campamento solo
quedábamos frescos los ibéricos, Jean Paul y los canguritos, así que la última
bala de la expedición para encontrar la gran cavidad que penetrara
profundamente en el macizo nos tocó usarla a los que quedábamos.
Por la mañana preparamos material y dos equipos de topo, e
iniciamos la larga marcha de casi 2 h. hacia la cueva. La boca era pequeña un
simple pozo de 8 m. que nos dejó en medio del agua que nos llegaba al pecho en
una galería de unos 6 m. de ancho pero con el techo poco más de un metro del
borde del agua. Continuamos avanzando por las galerías ya exploradas por los
compañeros, con profundas vadinas que había que cruzar nadando o bordear en
equilibrio, salas amplias de bloques y pasos casi por completo inundados, en
los que se pasaba solo con la boca fuera entre el agua y el techo para
respirar. A ninguno se nos escapaba que si en el exterior se producía alguna
tormenta, la cosa se iba a complicar mucho, y salir de allí sería imposible
hasta que bajara el agua.
Llegamos a la punta de los compañeros y avanzamos por una
galería amplia que nos motivó mucho, pero más adelante llegamos a una vadina,
que solo tenía un pequeño túnel casi completamente inundado como continuación,
Loti avanzo por el túnel y desapareció, como no volvía algunos le seguimos por
una galería mediana que terminaba en un sifón que se podía superar por unos
laminadores de bloques. Allí encontramos a Loti que volvía de arrastrase hasta
otro sifón esta vez infranqueable.
Mientras algunos hacíamos esta vía, Zape ascendió por una
fisura vertical, estrecha y llena de bloques, que solo un terco como él, se
atrevería a seguir, pero que tuvo su recompensa, al salir a una amplia galería
fósil, de dimensiones cada vez mayores. Volvió a avisarnos y todos ascendimos
por ese agujero miserable, Marta y Miguel subían con la topo y por detrás, aún
venían Al y Ali haciendo la topo de los tramos anteriores.
Avanzamos por una bonita galería con vadinas secas y
destrepes, con algunos cruces que no miramos. Dos pozos cortos nos llevaron a
un río, que bajaba por unas rampas con mucho ruido y se perdía en una profunda
grita vertical, de varios metros de profundo. Un pasamanos por encima, nos
permitía esquivar la grieta y la instalación de una vertical y varios péndulos
y pasamanos, nos dejaban en el río, que avanzaba ruidoso y salvaje por un cañón
de 1,5 m. de ancho, hasta un lago, que resultó ser un sifón que puso punto
final a la exploración en esta cueva.
Los equipos de topo fueron llegando y nos retiramos un poco
decepcionados, pero a la vez contentos de la bonita “premiere”, que habíamos
podido realizar como colofón de la expedición. De salida la cueva nos hizo un
último regalo con un nido y dos polluelos de un ave que habita en estas cuevas,
que se parece a una golondrina de pecho blanco y que se orienta en las cuevas
emitiendo unos chillidos cuyos ecos le permite orientarse.
Cerca de la salida, en una sala había varias de estas aves
chillando y que parecían que se iban a chocar con nosotros, pero que nos
esquivaban en el último segundo.
Así terminó la última exploración de la expedición, bueno
con otras dos horas de camino de vuelta, en mi caso en el grupo de viejos,
siguiendo a los abuelitos de la expedición con 71 y 67 años, a los que
malamente podía seguir.
Desmontar el campamento y bajar de la montaña tampoco iba a
ser cosa fácil, ya que se precisaban muchos porteadores que no estaban
disponibles y había que contar con el apoyo de un helicóptero, para bajar los
materiales más voluminosos y pesados, como el generador.
Con el clima de la zona con continuas lluvias y nubes la
llegada del helico, no era muy segura y de hecho el pájaro previsto no pudo
llegar y se tuvo que buscar otro, en una zona más cercana pero de menor
capacidad. Quedaba definir quienes bajarían volando con el material y quieres a
pata con los porteadores.
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Foto: Miguel Pessoa |
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Miguel Pessoa |
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Miguel Pessoa |
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Miguel Pessoa |
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Foto: Miguel Pessoa |
Se realizaron dos sorteos entre los ibéricos para ver
quienes bajaban andando, y Marta ganó en los dos sorteos su plaza para bajar
andando, a la pobre no le quedaron ganas de jugar ni a las chapas.
El día 2 de marzo avanzó bastante mientras esperábamos entre
dudas, si el helico podría llegar con las nubes o no. Finalmente la columna de
porteadores y los miembros del equipo que bajaban andando, partieron asumiendo
la larga caminata que les esperaba, les entregamos nuestras últimas
chocolatinas y les vimos alejarse.
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Foto: Miguel Pessoa |
Los afortunados que bajaríamos en helicóptero, empezamos a
temernos lo peor, según pasaba el tiempo y la máquina no llegaba, la idea de
tener que bajar con todo a la chepa planeaba en el ambiente. Finalmente
apareció el helico, pero su capacidad era limitada y descargó allí mismo varias
latas de combustible, para poder meter bidones y mochilas. Subimos cuatro
personas para el primer viaje, e hizo un intento de despegue frustrado. El
piloto se bajó y me señalo directamente y me dijo que me bajara, había identificado
al gordo y quitó lastre.
El segundo intento fue bueno y el pájaro despareció en el
cielo, con mi mochila y me dejó allí con lo puesto. Los pensamientos más negros
cruzaban mi mente al verme no se donde, sin nada.
El segundo vuelo fue menos problemático y pudo llevarme
junto a mi mochila y los colegas en Palmamal. Un tercer vuelo llevó al resto de
personas hacia su base en la ciudad de Kokopo.
Los de Palmamal tras reclutar una pick up que nos llevó al
albergue y vaciar las mochilas, tratamos de contratar una barca, que trajera a
los compañeros que bajaban andando ya que al día siguiente pronto, debíamos
tocar una avioneta hacia Kokopo.
Tras diversas encuestas encontramos transporte, pero a la
hora de partir no tenía gasolina, afortunadamente el equipo de Rurai, pudo
encontrar una barca local que les trajo hasta Palmamal, donde cenamos todos
juntos y nos contaron su aventura.
La mala fortuna de su sorteo se vio compensada con el
extraordinario recibimiento que les hicieron los habitantes del pueblo a su
llegada, con un festival de cánticos, y collares de flores, que les
emocionaron, incluso Loti tuvo que dar un discurso. Parece que esto les
compensó sobradamente de la caminata y venían muy contentos.
El resto de la historia de este viaje es parecida a la de
ida, salvo que cambiamos el barco por una avioneta de 9 plazas, que ocupamos
nosotros ocho y una foránea de gran volumen y peso, que nos hizo temer por la
estabilidad de la máquina. El vuelo nos permitió ver desde el aire la montaña
cubierta de jungla, que había sido nuestra casa durante tres semanas.
Solo nos faltaban cinco vuelos más y algunos sustos y
peripecias, pero habituales en los viajes en avión como overbooking, demoras,…
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Foto :Miguel Pessoa |
El día 6 de marzo, por fin llegamos a casa, con el culo plano
y las piernas hinchadas de tantas horas de vuelos y aeropuertos.
Como veis en este viaje como en casi todos, ha habido ratos
buenos y otros no tanto pero con buenos amigos todo se pasa bien, la risa nunca
faltó, ni en los momentos más problemáticos, lo importante es con quien viajas,
no donde viajas.
Por ultimo agradecer a todos los que han hecho posible este
viaje, a Jean Paul y a todos los que más se han implicado en organizar un
evento complejo como este y a los duros papúes que han hecho posible llegar a
lo profundo de la jungla de Nakanai. Ahh y a Inma por cuidar de todos y curar
nuestras heridas de guerra.
Los integrantes Ibéricos de la expedición:
Enrique Ogando, Marta Candel, Inma Pumariño, Carlos Ares,
Aitor Lotina, Miguel Pesoa, Samuel Pinheiro y Angel Garcia