Se acaba el período navideño, y
decidimos acercarnos a ver si los Reyes nos han dejado algo en
Mortipeña, donde hace unos meses encontramos una cueva con fuerte
corriente de aire. Así que quedamos en el club Gelo, Moisés y yo,
los tres quejándonos de la rodilla y del "arranque en frío".
Nos miramos en silencio esperando que alguno tome la iniciativa para
abortar la gélida expedición, pero ninguno tiene lo que hay que
tener para decirlo en voz alta, así que cogemos los petates y nos
dirigimos a Rocías.
Hay una buena helada en las zonas
umbrías, pero los kilos a la espalda y la cuesta pronto nos ponen el
termostato a una temperatura de confort. Subimos con calma y, en la
enorme dolina de Mortipeña, comemos algo antes de entrar.
La boca es un paso ancho y bastante
bajo, por lo que quitamos algo de tierra para que pase el Fürher.
Echamos un vistazo a las oseras que hay en la galería de entrada, y
nos dedicamos a revisar el resto. Tras el paso bajo de la entrada, la
galería va cogiendo tamaño. Al de unos metros, un P.10 ocupa
prácticamente toda la galería, obligándonos a flanquearlo por la
izquierda. Tras él, tres posibles continuaciones se abren ante
nosotros: de frente y descendiendo, una amplia galería (con algún
que otro somnoliento murciélago) que acaba colmatándose. Sólo en
pequeño P.6, con una estrecha cabecera, permite pensar en una
continuación. Moisés se retuerce, consigue pasar y pronto nos
comunica que por esa vía no hay nada que hacer.
De vuelta a la zona superior, y a la
izquierda, dos pozos cortan otra galería horizontal. Más allá de
ambos, un derrumbe colapsa la continuación, y una revisión
minuciosa nos muestra que no hay ninguna opción. Mientras Moisés
comienza a instalar los pozos, Gelo y yo vamos a la tercera
posibilidad, una galería colgada a la derecha. Aprovechando unas
cuantas formaciones Gelo logra hacer una travesía sin clavar nada,
ante mi nerviosa mirada. Parece que hemos tenido suerte: la galería
sigue horizontal, y tiene buena pinta. Quizá aquí esté el regalo
de los Reyes... Lamentablemente, tras unos metros una estrechez corta
bruscamente el paso; tras hocar un rato en ella, llegamos al
final definitivo de la galería. Un poco antes, un pozo con una
estrechez parece ser nuestra última opción en este sector. Gelo
comienza a bajar, pero la cuerda que tenemos no llega, así que
volvemos hacia los pozos.
Una vez allí Moisés nos cuenta que ha
bajado ambos y que, a pesar de la buena pinta que tenían, se
cierran. Gelo comienza a escalar tratando de llegar a una fisura que
hay unos metros por encima de la cabecera del mayor de los pozos,
pero no surte ningún resultado. Después me acerco a bajar el pozo
que habíamos dejado pendiente con una cuerda más larga, pero
tampoco llego hasta la base; cuando, resignado, comienzo a subir en
busca de otra, Gelo y Moisés me gritan que ven la luz: ambas
galerías acaban confluyendo. Así que recogida, y a desmontar el
pasamanos.
Damos los últimos retoques a la topo,
y revisamos un par de laterales, pero la cosa se acaba, a pesar de lo
prometedor de la corriente de aire. Tocará volver (con mejor clima)
a revisar por el exterior, pues la cueva en sí se acabó. Ahora sólo
nos queda rehacer el petate, y convencer a nuestras doloridas
rodillas de que les toca emprender el camino hasta el coche. Nos
cambiamos con frío y un bonito atardecer. Tras más de hora y media
de bajada, ya de noche y con una buena helada cayendo de nuevo,
llegamos al coche. Al final, los Reyes nos trajeron lo que
merecíamos: carbón. Menos mal que, herejes como somos, siempre
podremos acudir al laico bar de Willy a entibiar el frío y el
fracaso con unas buenas birras... El próximo año nos pasaremos a
Papá Noel, a ver qué pasa...
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