Cristina Robles
Amanece un nuevo día en Ramales y para variar el Pico de
San Vicente no tiene ni txapela ni abrigo, lo que significa que puede que sea
la primera jornada soleada de la primavera.
Como viene siendo habitual quedamos a las 10:00 en el club y esta vez
estamos Carol, Gelo, Fredo, Marta, Zape, Pedro y yo. Con todo el equipaje a
cuestas partimos hacia La Gran Cascada. Se aparca cerquita del bar Coventosa,
aunque sin café previo que hay mucho que hacer. Al prepararnos para el ascenso
me doy cuenta, o me informan en ese preciso momento, de que no puedo llevar
puesto nada más ni nada menos que el estampado y calado mono de Pedro hasta la
boca de la cueva… menos mal que el paseo hasta allí lo merece. Tras pasar por
unos prados muy pendientes, subimos a un bosquecillo lleno de petirrojos y pajarillos
de diferentes especies que también están contentos de disfrutar de este primer día
de primavera y nos deleitan con su canto. Pasamos por las cabañas del Chumino y
por un regatillo y después de muchas risas y amenas conversaciones llegamos a la boca
de la cueva que está a unos 700 m de altitud. Antes de entrar comemos para ir
con el menor peso posible, que exageración, pienso yo, casi no me dejan meter
ni la funda de las gafas, pero luego dentro de la cueva me doy cuenta de que en
las estrecheces todo abulta demasiado y cuando tienes que arrastrar todo tu
cuerpo hasta una hormiga te quitarías para
intentar llevar menos peso….
La entrada está en un altillo y
ligeramente trepamos hasta ella. Una vez dentro otra vez me encuentro con la
cueva más bonita que he visto en mi vida. Se llama Sopladoras porque según
entras una ráfaga de viento te lleva casi volando hasta el nivel freático que
vas dejando bajo tus pies. A medida que vas avanzando por una galería de bloques
ascendentes, llega un momento en el que se tiene que trepar a un nivel superior
y descender otra vez. Parece tan fácil cuando les veo… Marta me dice… si es muy
fácil, solo tienes que poner un pie aquí y el otro allá, un, dos, tres, y con
pirueta incluida llegas al otro lado del río. ¿Como saben que no se van a
resbalar? Es como aprender ballet pero sin saber dónde pisas, combinas la
gimnasia, el baile, la acrobacia, la danza, y todo ello acompañado de la
belleza de las formaciones que te
encuentras, los meandros, la emoción de saber que muy pocas personas, solo las afortunadas, como yo, han estado en
este lugar tan bello y oculto…
Gelo me dice, si es un saltito
aquí y otro allá, bufff…otro paso de ballet que tengo que aprender … que para mí
es un mini suicidio…no es para tanto … además, todos me llevan tan en palmitas
que en una pequeña bajada que todos pasan con los ojos cerrados me ponen
un rappel con una cuerda tan gorda que me quedo ahí colgada, y ni para arriba
ni para abajo puedo moverme…
La ultima parte de la travesía,
es un pasillo que se va ensanchando y el río te va cubriendo poco a poco… menos
mal que sólo te mojas de cintura para abajo por decirlo finamente. Zape decide
evitar el agua poniendo las manos en una pared y los pies en la otra… hasta que
el pasillo se hizo demasiado ancho…
Salimos empapados, cada paso
que damos hace choff, choff y fuera no
sé qué ha podido pasar pero parece que hay clima tropical. Pasamos por un
helechal precioso y como no, sin poder evitarlo, alguna garrapata decide bajar
al bar y luego a la casa de Merinuco… Fredo nos va marcando el camino de
vuelta, por si queremos regresar… ¡¡yo sí quiero!!
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