Se cierra fijo... |
El nervio nos puede, y aunque ni siquiera ha pasado una
semana de la última entrada en Rubicera, Moisés, Cristóbal y yo vamos para
adentro, a retomar la exploración y topografía del nuevo río encontrado.
Ya antes de entrar, la polémica está servida: algunos creen
que es simplemente el pequeño regato que aparece por una gatera en la zona
explorada por Pedro y Wychy meses atrás; otros creen que el caudal de agua es
más grande; otros, que incluso es más grande que el río principal que ha
vertebrado nuestras primeras exploraciones en esta zona:
“Que no, que… que lo que pasa es que es muy escandaloso y
estamos en crecida”
“Sabrás tú… Esto es un río nuevo, que va a ir hasta el
infinito y más allá…”
“Anda, cállate y límpiate las gafas, que lo que estás
mirando es mi chorro de orina…”.
El habitual consenso, vamos.
De todos modos, para allá vamos los tres. Afortunadamente la
meteo se equivoca, y gracias al viento sur logramos llegar a la boca de
Rubicera sin mojarnos. Mientras comentamos las mejores jugadas de estas
entrañables fiestas (ejem), tiramos para adentro, yendo por el nuevo pozo que
nos evita las gateras. Recogemos algo de material en el vivac, y enseguida nos
encontramos en la punta de exploración. Allí, la primera disyuntiva: ¿seguir
por el río encajado en las margas, o tirar por la galería fósil colgada? Como
la trepada es fácil, y parece seguir la misma dirección que el río, optamos por
lo segundo. Cristóbal lo supera con un paso de hombres, instala el acceso, y
comienza la exploración.
Wychy el día que tuvo el poco sentido de encontrar este sitio... |
La nueva galería es relativamente cómoda, y va alternando
diversos estratos finos de margas (o similares) con caliza, lo que nos obliga a
instalar un par de cortos resaltes. A través de algún agujero oímos el río por
debajo. Finalmente, llegamos a un P.26 donde comemos (menudo mazapán prepara la
madre de Moi), mientras los otros se enfrascan en amenas conversaciones sobre
la responsabilidad paternal y la conciliación familiar (o de cómo escaquearse
del cuidado de los hijos para ir de cuevas). Tras comer, descendemos el pozo,
en el que se ven varias posibles galerías colgada que quedan pendientes para
otro día. Será en la base de este pozo donde oigamos por última vez el río,
pues a partir de aquí parece que la galería que seguimos se separa. Continuamos
con la misma tónica de pequeños resaltes, aunque ahora la morfología es de un
meandro en buena caliza. Finalmente, tras un P.10 llegamos a la cabecera de un
pozo tras el que se abre la negrura. Mientras Cristóbal instala, Moisés y yo
finalimos la topo, y se revisa un meandro paralelo que acaba desfondándose
también por dos sitios en la gran negrura. Sin embargo, la alegría dura poco:
tras 30 metros de descenso Cristóbal vislumbra una cuerda que asciende y
acaba…en la nada. Es el final de la escalada que meses atrás el Rubio y yo habíamos iniciado
en la base de la gran sala, junto al P.40, y que habíamos dejado a medias tras
morir la batería (y menos mal, visto lo que nos quedaba para arriba…).
Tengo camisetas más arrugadas... |
Tras bajar hasta una repisa, decidimos desinstalar esa
escalada y retirar los últimos pozos, hasta llegar al P.26 donde dejaremos el
material para próximas exploraciones. Han salido unos 250 metros de topo (poco,
pero trabajosos). De ahí, poco a poco hacia la calle (no deja de sorprenderme
que estos dos no apuren horas y horas; estoy gratamente sorprendido… aunque sé
que no debo acostumbrarme), tras picar algo más. La parte final es amenizada
por viejas batallitas eroticofestivas, y con una conversación sobre el flamenco
que me deja anonadado (entiendo tan poco de lo que hablan como cuando se ponen
a perorar sobre leds, voltajes y hostias de esas).
No es el Borgia, pero en fin... |
En la calle, el sur sigue haciendo de las suyas, y llegamos
al coche a eso de las diez de la noche secos. La jornada acabará papeando y
cerveceando en Ramales, con la compañía
de Cristina (por lo que la conversación variará radicalmente para no herir
sensibilidades). Como conclusión, lo que
viene siendo habitual en esta cueva: se cierra una incógnita y se abren tres.
El cuento de nunca acabar…
Fotos: Marta Candel y Pedro González (son de otro día, porque somos un desastre hasta para eso...).
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