Si es que ya no tenemos años... Te tomas unas cervezas, y al
día siguiente parece que tienes a todos los meningíticos del planeta celebrando
el Toro de la Vega dentro de tu cráneo... Pero hemos quedado a las ocho y
media, así que hay que hacer de tripas corazón, y para el club. Allí están ya
Gelo y Cristóbal, que me miran con conmiseración. Debo dar bastante pena,
porque esos corazones pétreos deciden apiadarse de mí y cambiar de plan: en
lugar de bajar al fondo de la Maza a realizar una escalada y continuar
explorando la galería que el último día dejamos a medias, se ofrecen a
cambiarlo por una media jornada arreglando la desinstalación de la sima, y
quitar unos bloques en unos pasos estrechos.
Agradecido, engullo un café en La Gándara y subimos hacia la
sima. Remoloneo bastante más de lo habitual antes de entrar, aunque casi que
agradezco la fría corriente de la sima. Al menos, esto no va a ser muy largo,
retocamos un poco y para afuera... O esa es la teoría, porque al de un par de
horas la broca se nos parte, y no podemos seguir mejorando la instalación: sólo
hay dos alternativas: o para afuera, o para abajo (donde hay más brocas) a
continuar explorando... Evidentemente, voto por salir, pero la grandeza de la
democracia... dos contra uno, ya se sabe la rima... Así que toca bajar para el
fondo... Mi resaca aumenta considerablemente ante la perspectiva de una larga
jornada, ay... De verdad, se acabó la cerveza...
La lluvia de los últimos días se nota en la sima, y aunque
no nos da problemas, el cauce se notas más "alegre". De camino a la
punta, al pie de un paso entre bloques huele a muerto que tumba. Nos miramos de
reojo los unos a los otros, pero las caras son de una inocencia pasmosa; no ha
sido nadie (¿?). Tras recoger brocas y equipo, llegamos al horrible pozo que
instalamos la última vez. Cristóbal se encarga de retocar la instalación, pues
la cabecera de bastante miedo. Una vez abajo, comemos y comenzamos con la
exploración. Cristóbal instala el pozo en el que lo dejamos el último día,
mientras yo flanqueo unos bloques y reviso una sala por la que viene un aporte
impenetrable. Aguas abajo confluye con la vía que está instalando Cristóbal.
Tras bajar Gelo y Cristóbal, voy detrás: parece ser una amplia galería con
río...
- Joder, que buena pint...
- ¡Se cierra!
-... (puto bocazas, siempre igual...).
Gelo y Cristóbal topografían, mientras reviso varios
laterales. Un estrecho meandro permite avanzar cincuenta metros más, pero acaba
volviendo a la galería principal, en la que el río se sume por un agujero
impenetrable. Subo desinstalando, y para cuando llego arriba me encuentra a
Cristóbal encaramado en la peor roca que hemos visto nunca. De hecho, ya le han
saltado un par de seguros... La travesía de unos seis metros le permite acceder
a lo que parece un meandro horizontal. Sin embargo, cuando logra llegar a la
repisa, unos pocos metros más allá descubre que no es sino la base de un pozo:
nuestro gozo en (la base de) un pozo...
Al menos hemos logrado cerrar un sector de esta cavidad, lo
que en la Sima de la Maza no es poco. Retrocedemos desmontando las cuerdas, por
lo que volvemos cargados como burras (ideal para la resaca; no vuelvo a probar
una cerveza). Al llegar al paso con bloques, me asalta de nuevo el olor a
muerto. Pese a la desconfianza que me embarga, me creo las protestas de
inocencia de mis compañeros, y decido buscar de dónde viene tal pestilente
olor. Y resulta que allí, en una repisa, hay un lirón que apenas llevará unos
días. A pesar de que estamos acostumbrados a ver sus restos por todo el
sistema, sigue sorprendiéndonos: ¿cómo llegan hasta aquí, cuando más de 200
metros de roca nos separan del exterior, y la entrada conocida más cercana se
encuentra a varias horas de marcha? No logramos entenderlo, pero... Al menos, a este ya no le duele la cabeza...
Tras dejar el material en los dos zulos que tenemos
preparados para las otras incógnitas pendientes, tomamos la dirección de la
salida. Las mejoras en la instalación se notan, pero la resaca pesa como un
petate sherpa. Finalmente, a las once pasadas estamos fuera, con un dolor de
cabeza que no me ha abandonado en todo el día. De verdad, que no vuelvo a
probar la cerveza...
De postre, el paisano ha abonado el prado por el que pasa el
sendero. Un millón de insectos se lanzan sobre nuestras frontales, mientras el
hedor se nos pega como una lapa. Llegamos al coche con ganas de quitarnos los
petates de la espalda y sentarnos. De bajada, los muchachos deciden para donde
Margari a comer algo, que hemos ido escasos de provisiones y eso se nota.
Bueno, comer sí, pero nada de priva...
Llegamos al Coventosa y allí encontramos a Margari
sonriente:
-¡Hola, chicos! ¿Qué os pongo?
- Que sean tres cañas...
Joder, si es que no hay fuerza de voluntad ninguna...
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